Una hermana sirve para que escuches lo que nadie se
atreve a decirte. Para compararte en lo bueno y también en lo malo. Para
que ejercites tu paciencia cuando vuelve a desordenarlo todo. Para
recordarte cómo fuiste a su edad. Para pedirte pitis. Para echarte en
cara cosas tontas y criticarte donde más duele cuando menos te lo
esperas. Para animarte un dia triste. Una hermana sirve para enseñarte
novedades que no conocías en el ordenador y hacerte sentir vieja. Para
vacilarte por Whats app. Para hacer que un plan de hospital sea más
llevadero. Para presentarte a los amigos de su novio. Para pedirte
dinero. Para dejarte dinero. Para robarte una cerveza. Para que te de
pena irte de casa. Para que te regale algo porque te pega todo. Para
llamarte pringada y que te lo creas. Para guiñarte un ojo en los eventos
familiares embarazosos. Para cantar sin que te de vergüenza. Para hacer
bromas de la familia común donde os ha tocado nacer. Para criticar a
los novios que tengas y luego acabar queriéndolos más que tú. Para
ponerte motes. Para entrenarte para cuando tengas hijos. Para defenderte
delante de los demás. Para acusarte delante de los demás. Para tener
conversaciones extrañas en la cocina a medianoche. Para que pierdas la
vergüenza contando cosas patéticas que te han pasado, hablando de litera
a litera. Para sacarte de quicio y volver a sentir esa rabia tipica de
hermanas: “Te mataría”. Para conducir con alguien la primera semana de
carnét. Para consolarte sin hacer muchas preguntas sobre lo que ha
pasado. Para que te reafirmes en tu idea de que Pablo Alborán es una
pesadilla. Para que ejercites tu creatividad ideando mil formas de
derribar una puerta cuando se cuela en el baño con este susodicho a todo
volumen. Para darte cuenta de que la vida no hubiera sido igual de
divertida si no hubiera nacido. Para todo.
A mi hermana Claudia.
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